Cuando examinamos la enseñanza de la matemática resulta evidente la preponderancia de la transmisión de una serie de pasos para resolver
diferentes ejercicios, donde se prioriza el resultado, la respuesta correcta que, desde nuestro punto de vista, es importante pero no suficiente
para aprender matemática.
Parecería que los algoritmos son la puerta de entrada a los contenidos matemáticos. Si consideramos que: «Hacer matemáticas es
un trabajo del pensamiento que construye los conceptos para resolver problemas, que plantea nuevos problemas a partir de conceptos así
construidos, que rectifica los conceptos para resolver problemas nuevos, que generaliza y unifica poco a poco los conceptos en los universos
matemáticos que se articulan entre ellos, se estructuran, se desestructuran y se reestructuran sin cesar» (Charlot, 1986), los algoritmos conforman una pequeña parte del aprendizaje de la matemática en la escuela, y la potencialidad de ellos radica en poder establecer relaciones y entender su funcionamiento en relación a las razones matemáticas que los sustentan.
La enseñanza de los algoritmos no solo implica saber el mecanismo, sino establecer las relaciones internas, su funcionamiento así como otros aspectos que son esenciales para la construcción del sentido de las operaciones.
El presente artículo versa sobre un proyecto de clase “armado de un cancionero” en segundo grado. Surge la necesidad de recopilar coplas y
canciones para no olvidarlas, ya que la profesora de Educación Musical ha enseñado varias que gustaron mucho, al igual que lo han hecho
las maestras de años anteriores y del presente año. También se incluyen coplas y canciones compartidas por las familias.
El propósito didáctico de este proyecto es que los niños lean por sí mismos; tanto aquellos que ya lo hacen de forma convencional como
los que no. Se busca que lean construyendo estrategias durante la lectura, guiados por un claro propósito social: recopilar canciones y compartirlas con la familia.
Entre los autores recomendados en el área de Literatura en el Programa de Educación Inicial y Primaria figura Horacio Quiroga, autor tradicionalmente presente en las aulas uruguayas y también en las argentinas.
Este trabajo pretende mostrar un Quiroga más allá de los Cuentos de la selva o de los Cuentos de amor de locura y de muerte.
Ningún instrumento de evaluación en lo social/educativo es neutro. Son prácticas sociales construidas históricamente, y responden a procesos estructurales o coyunturales ligados a demandas que provienen con frecuencia de intereses y lógicas de otros campos, exógenos a una educación con centro en la persona y su sociedad de pertenencia. Por ese motivo es necesario analizar críticamente los dispositivos que surgen
o se aggiornan. Este último es el caso de las pruebas estandarizadas.
Consisten básicamente en las llamadas pruebas objetivas y, como todos sabemos, son diseñadas y se aplican en versiones nacionales e internacionales.
No abordaremos en este artículo el aspecto técnico de las pruebas estandarizadas, es decir, su metodología de diseño, su validación, su aplicación y el análisis estadístico de los datos recabados por estos dispositivos. Nuestros cuestionamientos a estas pruebas no radican en los mecanismos técnicos de su producción y posterior tratamiento, propios de la psicometría, que presuponemos que son metodológicamente
correctos.
Lo que motiva este artículo son las razones de su auge actual en buena parte del mundo, su lógica e ideología de base, sus limitaciones en relación a lo que se plantean medir, así como sus potenciales riesgos y efectos constatables en aquellos países que vienen transitando por su aplicación con carácter certificativo. Nos planteamos, asimismo, qué papel podrían tener, integradas en una evaluación que tenga en cuenta la multidimensionalidad y complejidad de los aprendizajes.
De lo anterior surge la intención teórica y ético-política de este trabajo: cuestionar la neutralidad proclamada de estos instrumentos para contribuir a problematizarlos en lugar de “darlos por buenos”, así como para recuperar su eventual potencial en términos de una educación concebida como derecho humano y no como mercancía.
La experiencia profunda y única de acceder a la poesía es una de las más enriquecedoras y completas, y puede no darse jamás en la vida de un ser humano si el azar no pone a su alcance a alguien que lo haga partícipe de ella. He ahí la enorme responsabilidad de los maestros y de
la escuela.
Nuestra tarea alcanzará su verdadera magnitud solo si comprendemos que introducir a los niños en el lenguaje no debe ser para pensar como todos piensan y decir lo que todos dicen, sino para que se produzca la ruptura necesaria que permita abolir el lenguaje seguro y dar lugar al espacio en que nazca el lenguaje íntimo, inseguro, balbuceante; el único lenguaje, en definitiva, capaz de hablar.
Pocas modalidades literarias dan tanto cuenta de lo que somos como pueblo y lo que heredamos como tradición, como la narrativa histórica.
Los uruguayos necesitamos un espejo que nos devuelva nuestra propia imagen, grandiosa o deficitaria, pero que nos permita reconocernos
entre otras imágenes y distorsiones del mundo.
Este género híbrido tuvo siempre grandes cultores en nuestro país. A mitad de camino entre la Literatura y la Historia, sus comienzos fueron enjundiosos, allá a fines del siglo XIX.
Ponerse en el lugar de los Otros (las personalidades históricas reales), ser un eficiente intérprete y recreador literario, y resultar creíble o atractivo para los lectores, no parecen méritos menores de nuestras y nuestros actuales narradores históricos.
Algunas dificultades asoman a la hora de una definición de lo fantástico.
Palabra elusiva, de contornos difuminados y evanescentes, parece concitar la ausencia de unanimidad y la lejanía sistémica, como pocas en literatura.
Toda literatura puede tildarse de realista (pues refleja realidades exteriores o interiores del individuo) o de fantástica (como producto de la imaginación).
Por texto fantástico entendemos aquel donde uno o más elementos sobrenaturales irrumpen o insinúan hacerlo en un medio cotidiano. Por medio cotidiano entendemos aquel donde operan las leyes naturales.
En el alba de nuestra independencia no se hablaba de literatura para niños y, de acuerdo con un criterio de documentación oral o escrita,
se podría afirmar que tampoco poseíamos material de origen autóctono para esos destinatarios.
Las primeras manifestaciones son un fenómeno de transculturación (clásica, española, francesa) que, de una forma directa o indirecta, propone
la temática de una posible literatura infantil. La dominación española tuvo, por diferentes razones, un enfoque distinto en cada una de las regiones conquistadas.
En la Banda Oriental, el siglo XIX se inició con escasa tradición cultural. El primer librero se instaló en San Felipe, hoy Montevideo, a fines del siglo XVIII, y la primera biblioteca pública se estableció en 1816. Los centros de enseñanza y difusión cultural se fundaron con retraso (en 1743, en un Memorial que envió el Cabildo al rey decía que funcionaba una escuela de los Padres Franciscanos, y recién en 1793 se creó la Casa de Comedias). La imprenta hizo un pasaje fugaz con los ingleses, y la de 1810 fue regalo de Carlota de Borbón para difundir ideas contrarrevolucionarias.
No hay un interés cultural y sí un riguroso control de ingreso de lecturas para impedir la difusión de las Nuevas Ideas. Sin embargo, en un inventario de 1790 figuran libros de carácter liberal, como la Enciclopedia, algunos volúmenes de Montesquieu y Voltaire. Con respecto a la Literatura Infantil solo podemos consignar los nombres expuestos que configuran un esbozo del género, y van marcar el camino que hará eclosión en el siglo XX.
El aula es un espacio propicio, tal vez el único espacio que nos quede, para constituirnos como seres humanos, para construir nuestra subjetividad mientras nos relacionamos con los otros. La escuela es un oasis en un mundo saturado de estímulos que intentan distraernos; un
lugar para existir en un mundo donde no quieren que existamos; el espacio donde un grupo de personas se encuentra todos los días para
conversar sobre distintos temas. En la escuela, docentes y estudiantes se encuentran a través de la palabra, se piensan a través de ellas, se comunican para descubrir y encontrar al otro, a través de la lengua.
Así como los centros de poder intentan imponer su visión del mundo (una identidad política, cultural, ideológica, etc.) utilizando los medios masivos de comunicación, porque «estandarizar la forma en que la humanidad piensa, actúa y siente, permite estandarizar la producción
de mercancías» (Olivera, 2014:61), debemos defender al aula como el espacio donde intentaremos ser nosotros mismos, donde construiremos nuestra identidad con otros, porque los seres humanos vinimos para vivir en sociedad, para compartir nuestras tristezas y alegrías, para llenarnos de personas. En este contexto, enseñar a leer, escribir, hablar y escuchar es un acto revolucionario, porque ataca a los centros de poder e intenta reconstruir lo que ellos intentan destruir.
Es de destacar la importancia que reviste la incorporación del Área del Conocimiento Artístico en la nueva institucionalidad, dado que ofrece a los docentes la oportunidad de transitar por trayectos de vivencia, reflexión y teoría sobre la enseñanza de esta área.